Muy a menudo me pregunto la importancia que tiene en nuestro trabajo una cultura del reconocimiento, que valoren nuestros logros. ¿Y esto de qué depende?: ¿de la cultura de la empresa?, ¿del jefe?, ¿del superior del jefe?, ¿de sus capacidades de liderazgo?
Para un jefe que quiera liderar (y, por ende, su organización) es clave que el reconocimiento forme parte del día a día, de su cultura, de sus valores. Se trata de una forma de transmitir energía a los colaboradores sea cual sea su estatus, es un estímulo, una motivación que ayuda a alcanzar los objetivos.
Un buen comienzo es el aprecio, el elogio, el agradecimiento, el reconocimiento, la celebración, el aliento que transmite un feedback positivo. Es una muy buena práctica decirles a los colaboradores y compañeros (y también a los jefes, ¡por qué no!): “¡buen trabajo!”, “¡vas por buen camino!” y, por supuesto, “me importas tú y lo que haces, ¡gracias!”.
Esto hará que los empleados “se vuelquen” en lo que hacen. ¿Cuántos compañeros conocéis que vienen al trabajo en cuerpo y se dejan el alma fuera?
El asunto es que la cultura del reconocimiento en España está atrapada en un círculo vicioso, y es en el trabajo donde menos reconocidos nos sentimos.
En palabras de Belén Barreiro, directora de MyWord y expresidenta del CIS, durante la presentación del Índice de Reconocimiento en España, elaborado por Amstel, “Agradecemos que alguien nos valore, pero nos cuesta mucho hacerlo con otras personas”.
Según dicho estudio, abundan los jefes que no valoran el trabajo bien hecho de sus empleados, en un 83 por ciento de los casos. Además, ocho de cada diez españoles no se sienten reconocidos en su puesto y más de un 80 por ciento cree que en los trabajos se destacan más los errores que los aciertos.
Nuestro cerebro está construido con una tendencia a la negatividad (tenemos un sesgo negativo de cinco a uno), y esto me recuerda que en el área comercial un cliente insatisfecho se lo cuenta a ocho de cada diez amigos o que es cinco veces más costoso captar a un cliente nuevo que fidelizarlo. La explicación es que nuestro cerebro tiene una respuesta más fuerte a los estímulos negativos: tardamos veinte veces más en archivar lo bueno que lo malo.
El neuropsicólogo Rick Hanson afirma que “nuestro cerebro es como el velcro para las experiencias negativas y como el teflón para las positivas”.
Pero ¿por qué esta predisposición a lo negativo? Es cuestión de supervivencia evolutiva: el ser humano ha sobrevivido enfrentándose a todo tipo de circunstancias peligrosas y tratando de superarlas, por lo que el cerebro prioriza mantenernos con vida y no “el ser felices”. Esta tendencia del cerebro hacia el sesgo negativo hace que otorguemos más importancia a las emociones negativas: la tristeza, el miedo, la ira, el asco, la preocupación, el enfado, etc.
Aunque para nuestro cerebro lo malo es más fuerte que lo bueno, lo importante es que “las personas podemos modificarlo con hábitos positivos”, con lo que pensamos, sentimos y hacemos (los científicos lo llaman neuroplasticidad) y, al centrarnos en lo positivo, estamos cogiendo las riendas de forma consciente para que ese cambio estructural en nuestro cerebro nos reporte resultados beneficiosos.
Tal y como ha explicado el experto en lenguaje positivo, Luis Castellanos, “el lenguaje negativo ralentiza las tareas, quita tiempo de respuesta y resta energía”. Lo contrario ocurre con el lenguaje positivo. ¡Cómo nos cambian las palabras que elegimos! Es el poder de la palabra que ilusiona, alegra, nos da fuerzas y nos hace sonreir.
Y, como ejemplo, Cliff Nass, profesor de comunicación de la Universidad de Stanford, sugiere que los jefes, si han de alabar a un empleado, lo hagan después de la crítica y no antes porque, al hacerlo después, nuestro cerebro ha entrado en atención máxima. Así que, en lugar de decir: “Tu informe es excelente, pero el tema elegido no me gusta”, sería mejor: “El tema elegido no me gusta (entonces nos ponemos en guardia y escuchamos más atentamente), pero tu informe es excelente”.
De las palabras con contenido emocional que nos decimos a nosotros mismos, el 62 por ciento son negativas y el 38 por ciento positivas, de ahí la programación neurolingüística (PNL), un enfoque de comunicación, desarrollo personal y psicoterapia creado por Richard Bandler y John Grinder en California, en la década de 1970. Este modelo sostiene que existe una conexión entre los procesos neurológicos, el lenguaje y los patrones de comportamiento aprendidos a través de la experiencia y se puede cambiar para lograr objetivos específicos en la vida.
La gratitud “es uno de los mayores predictores de la felicidad”, las personas agradecidas -sean jefes o colaboradores- están más centradas en los demás (vocación de servicio), tienen menos problemas de salud (incluida la salud emocional), son más empáticos, tienen más resiliencia, afrontan mejor los problemas y rinden más en el trabajo.
Recordemos a Stephen Covey: “Dedicamos demasiado tiempo a lo que es urgente y no a lo que es importante”. Por lo que revertir esta falta de cultura del reconocimiento tendría impacto no solo en la productividad de las organizaciones sino en “su salud”, con un mejor bienestar emocional.
El viernes pasado el presidente de Telefónica España, Emilio Gayo, reconoció la labor de A un clic de las TIC y de todos los que lo hacemos posible. Gracias porque eso nos da alas. Y, por seguir con otro eslogan publicitario, el propio reconocimiento de los compañeros al proyecto colaborativo del que forman parte no tiene precio:
Ignacio G.R Gavilán en Blue chip.
Víctor Deutsch en Gestión y tecnología.
Imagen cabecera: Las NAVES Centre d’Innovació